Corail
2015-01-01 18:50:52 UTC
Hola a todos:
Hace muchos años, cuando ser ferroviario estaba mal pagado y cuando a las categorías de Maquinista se llegaba después de muchos años mamando pala y engrasando bielas, casi nadie quería trabajar en el tren. Solo un puñado de gente que, quizá por vocación, o quizá por tradición familiar, desafiaban peligros, afrontaban condiciones infrahumanas e incluso aceptaban sumisamente un régimen casi militar.
Al final de la Guerra Civil, la de ferroviario era una profesión cotizada porque el ferrocarril era un servicio público esencial y el Gobierno invirtió el poco dinero que no tenía en la circulación del tren. En buena manera, gracias al ferrocarril el país fue levantándose de su catástrofe como si las vías fuesen las venas y arterias de un gigante herido. La presión sindical ante la evidencia de la importancia del tren y los avances de la tecnología fueron suavizando mucho esa vida tan difícil hasta llegar a un estatus envidiable que convirtió al ferroviario en un trabajador incomprendido por quienes se ganaban la vida de otras formas, o por quienes ni siquiera trabajaban.
Todo es bueno en su justa medida y quizá por pasarse un poco en las reivindicaciones, la antigua Renfe reaccionó ascendiendo a Jefes a los sindicalistas más radicales y utilizándolos para luchar contra los que antes fueron sus compañeros. Por otra parte, la aparición del avión y de las carreteras como medios de comunicación en competición dura con el tren, hizo que el Gobierno tratase de convertir al ferrocarril en un medio de transporte más, olvidando o anulando las ventajas obvias que éste aún tiene.
Una de las medidas que se tomaron consistieron en poner las categorías de Tracción al alcance de quien tuviese una buena cantidad de dinero y tiempo suficiente como para sacarse un título. Así, con el título en la mano y reduciendo drásticamente la competencia, un buen puñado de amigos del ferrocarril pudo cumplir por fin su sueño de conducir trenes de forma legal y además ganar un sueldo por ello.
Hasta aquí, la historia es perfecta. Siempre pensé que la solución a los problemas del ferrocarril consistía en dejar que la gente que siempre quiso trabajar en él lo hiciese. Una persona a la que siempre admiraré dijo que en el tren trabajan dos tipos de individuos: Los ferroviarios y "los vividores del carril". Gracias al título, quien realmente se siente ferroviario tiene una oportunidad más o menos remota de convertirse en ello.
Pero la historia se torció en parte porque nuestra afición (nos guste reconocerlo o no), se basa bastante en el egoísmo y en la individualidad. De una forma u otra, todos pretendemos ser los mejores, todos creemos estar capacitados para dar lecciones y a todos nos fastidia que venga alguien que sabe más que nosotros y nos demuestre lo equivocados que estamos.
Por eso, en cierto modo ese título puede llegar a ser una aberración, porque en manos de la gente equivocada, un empleo de Maquinista, de Jefe de Circulación, o incluso un especialista en instalaciones fijas de cualquier contrata, se convierte en una especie de pontífice del conocimiento. Un blindaje artificial contra la "ignorancia" propia de los "aficionados que pasean por las vías" o de los ferroviarios "de toda la vida", que trabajaron mamando millones de kilómetros de vía durante más de 40 años, pero que no saben ni lo que es un grupo de balizas ERTMS del nivel 1. Aunque estas personas no sepan mucho más de lo que aprendieron en esos dos años y pico, el título y el empleo se están pervirtiendo y están creando una autoproclamada élite de niñatos que, solo porque pueden entrar en dependencias de circulación o conducir trenes legalmente, creen tener la capacidad y el poder de distinguir entre los buenos y los malos aficionados.
Si la afición al ferrocarril llegó a ser algo en este país, fue porque la mayoría de aficionados lo éramos más o menos al mismo nivel, sin clasismos. Los ferroviarios profesionales más chulos quedaban un poco en fuera de juego porque se les veía de lejos. Sin embargo ahora la cosa es distinta. Ya no hablamos de los que reniegan de los mejores tiempos de la Renfe a cambio de sobar el regulador de un tren de la serie 130 (o incluso de una Civia), sino de una auténtica casta que participa activamente en la desintegración del ferrocarril convencional y se olvida de que no hace mucho tiempo, formaba parte de un colectivo al que ahora desprecian desde esa superioridad artificial que dan dos años y un buen puñado de euros.
Estoy seguro de que si los premios Nobel o los reconocimientos al trabajo se concediesen en base al dinero que los candidatos pagasen por ellos, la humanidad no avanzaría. Una de las personas más sabias del mundo dijo "Solo sé que no sé nada", pero hemos aprendido una mierda desde entonces.
Cumpliendo años uno madura, se pone un poco más en su sitio y comprende que jamás se llega a ser maestro de nada y que todo el tiempo que se emplea en el autobombo, se pierde en la perfección de ese conocimiento... claro que no mola tanto... Es en este punto cuando nos deberíamos plantear qué es lo que queremos del ferrocarril: ¿Que mejore con nuestra aportación o que se joda el resto de los que no han tenido tanta suerte para poder seguir presumiendo nosotros?
Si alguien ha escogido la segunda opción, debería lamentar haber sido Aficionado en algún momento de su vida. Es precisamente ese el mayor mal que hemos sufrido desde los años 80... ni los viajes prohibidos en cabina, ni los vigilantes de seguridad, ni siquiera los grafiteros. El mayor mal del ferrocarril salió precisamente de quienes mejor deberían haberlo tratado, y eso es una traición en toda regla.
Al paso que vamos, nos quedan ya pocos años de ferrocarril. Dicen que si no puedes ofrecer una solución al problema, es porque formas parte de él.
Creo que es cierto.
¡Feliz año 2015!
Hace muchos años, cuando ser ferroviario estaba mal pagado y cuando a las categorías de Maquinista se llegaba después de muchos años mamando pala y engrasando bielas, casi nadie quería trabajar en el tren. Solo un puñado de gente que, quizá por vocación, o quizá por tradición familiar, desafiaban peligros, afrontaban condiciones infrahumanas e incluso aceptaban sumisamente un régimen casi militar.
Al final de la Guerra Civil, la de ferroviario era una profesión cotizada porque el ferrocarril era un servicio público esencial y el Gobierno invirtió el poco dinero que no tenía en la circulación del tren. En buena manera, gracias al ferrocarril el país fue levantándose de su catástrofe como si las vías fuesen las venas y arterias de un gigante herido. La presión sindical ante la evidencia de la importancia del tren y los avances de la tecnología fueron suavizando mucho esa vida tan difícil hasta llegar a un estatus envidiable que convirtió al ferroviario en un trabajador incomprendido por quienes se ganaban la vida de otras formas, o por quienes ni siquiera trabajaban.
Todo es bueno en su justa medida y quizá por pasarse un poco en las reivindicaciones, la antigua Renfe reaccionó ascendiendo a Jefes a los sindicalistas más radicales y utilizándolos para luchar contra los que antes fueron sus compañeros. Por otra parte, la aparición del avión y de las carreteras como medios de comunicación en competición dura con el tren, hizo que el Gobierno tratase de convertir al ferrocarril en un medio de transporte más, olvidando o anulando las ventajas obvias que éste aún tiene.
Una de las medidas que se tomaron consistieron en poner las categorías de Tracción al alcance de quien tuviese una buena cantidad de dinero y tiempo suficiente como para sacarse un título. Así, con el título en la mano y reduciendo drásticamente la competencia, un buen puñado de amigos del ferrocarril pudo cumplir por fin su sueño de conducir trenes de forma legal y además ganar un sueldo por ello.
Hasta aquí, la historia es perfecta. Siempre pensé que la solución a los problemas del ferrocarril consistía en dejar que la gente que siempre quiso trabajar en él lo hiciese. Una persona a la que siempre admiraré dijo que en el tren trabajan dos tipos de individuos: Los ferroviarios y "los vividores del carril". Gracias al título, quien realmente se siente ferroviario tiene una oportunidad más o menos remota de convertirse en ello.
Pero la historia se torció en parte porque nuestra afición (nos guste reconocerlo o no), se basa bastante en el egoísmo y en la individualidad. De una forma u otra, todos pretendemos ser los mejores, todos creemos estar capacitados para dar lecciones y a todos nos fastidia que venga alguien que sabe más que nosotros y nos demuestre lo equivocados que estamos.
Por eso, en cierto modo ese título puede llegar a ser una aberración, porque en manos de la gente equivocada, un empleo de Maquinista, de Jefe de Circulación, o incluso un especialista en instalaciones fijas de cualquier contrata, se convierte en una especie de pontífice del conocimiento. Un blindaje artificial contra la "ignorancia" propia de los "aficionados que pasean por las vías" o de los ferroviarios "de toda la vida", que trabajaron mamando millones de kilómetros de vía durante más de 40 años, pero que no saben ni lo que es un grupo de balizas ERTMS del nivel 1. Aunque estas personas no sepan mucho más de lo que aprendieron en esos dos años y pico, el título y el empleo se están pervirtiendo y están creando una autoproclamada élite de niñatos que, solo porque pueden entrar en dependencias de circulación o conducir trenes legalmente, creen tener la capacidad y el poder de distinguir entre los buenos y los malos aficionados.
Si la afición al ferrocarril llegó a ser algo en este país, fue porque la mayoría de aficionados lo éramos más o menos al mismo nivel, sin clasismos. Los ferroviarios profesionales más chulos quedaban un poco en fuera de juego porque se les veía de lejos. Sin embargo ahora la cosa es distinta. Ya no hablamos de los que reniegan de los mejores tiempos de la Renfe a cambio de sobar el regulador de un tren de la serie 130 (o incluso de una Civia), sino de una auténtica casta que participa activamente en la desintegración del ferrocarril convencional y se olvida de que no hace mucho tiempo, formaba parte de un colectivo al que ahora desprecian desde esa superioridad artificial que dan dos años y un buen puñado de euros.
Estoy seguro de que si los premios Nobel o los reconocimientos al trabajo se concediesen en base al dinero que los candidatos pagasen por ellos, la humanidad no avanzaría. Una de las personas más sabias del mundo dijo "Solo sé que no sé nada", pero hemos aprendido una mierda desde entonces.
Cumpliendo años uno madura, se pone un poco más en su sitio y comprende que jamás se llega a ser maestro de nada y que todo el tiempo que se emplea en el autobombo, se pierde en la perfección de ese conocimiento... claro que no mola tanto... Es en este punto cuando nos deberíamos plantear qué es lo que queremos del ferrocarril: ¿Que mejore con nuestra aportación o que se joda el resto de los que no han tenido tanta suerte para poder seguir presumiendo nosotros?
Si alguien ha escogido la segunda opción, debería lamentar haber sido Aficionado en algún momento de su vida. Es precisamente ese el mayor mal que hemos sufrido desde los años 80... ni los viajes prohibidos en cabina, ni los vigilantes de seguridad, ni siquiera los grafiteros. El mayor mal del ferrocarril salió precisamente de quienes mejor deberían haberlo tratado, y eso es una traición en toda regla.
Al paso que vamos, nos quedan ya pocos años de ferrocarril. Dicen que si no puedes ofrecer una solución al problema, es porque formas parte de él.
Creo que es cierto.
¡Feliz año 2015!