Corail
2013-10-11 13:30:14 UTC
Hola a todos:
Ahora que están revisando la normativa de seguridad ferroviaria, teniendo en cuenta que el accidente de Santiago está aún reciente y presupuesto el cocciente intelectual de quienes ahora toman decisiones o bien asesoran, a la luz de lo que he podido oír en la radio, es ahora cuando he comprendido que vivimos uno de esos momentos de la historia que, en cuanto son felizmente superados, se usan para demostrar lo estúpida que pudo llegar a ser la gente de la época.
¿A qué viene todo esto?. Pues al asunto del cinturón de seguridad en los trenes y a la posible nueva normativa para equipajes a bordo.
¿Y por qué pienso que son memeces?
Pues porque llevar cinturón de seguridad en los trenes, además de ser incómodo, no es algo que pueda aumentar la seguridad de quienes los llevan. Si bien en la carretera y en los aviones son imprescindibles, en un vehículo ferroviario ese mismo cinturón puede estrangular al viajero en caso de deceleración brusca (hablando de una velocidad inicial superior a los 250Km/h) y además acabaría para siempre con las pocas ventajas que tenía el ferrocarril, como aquello de poder levantarse a estirar las piernas, ir a la cafetería o simplemente estar más cómodo en el asiento.
Respecto a los equipajes, hace muchos años el problema estaba ya resuelto. Los trenes llevaban un furgón y los bultos de cualquier tipo se podían facturar voluntariamente como ocurre ahora en los aviones.
Todas estas "mejoras" simplemente serán nuevos obstáculos a la calidad. Implicarán la supresión de las cafeterías (y de los puestos de trabajo asociados a ellas) y la imposición de unas dimensiones máximas a los equipajes de mano, similares a las de los aviones, pero con la salvedad de que no se podrán facturar, así que ya no podremos viajar en tren si llevamos las maletas grandes o si llevamos muchos bultos (situación muy habitual en una salida de vacaciones o en una escapada de un puente).
Pero claro, para eso ya está el bus. Como la ocupación de los trenes es tan maravillosa, vamos a encarecerlos aún más y vamos a poner el listón aún más alto.
Es sorprendente la tendencia de las operadoras a joder al viajero. Se supone que si el objetivo fuese minimizar las consecuencias de un accidente podríamos pensar en instalar airbags en los asientos, rediseñar los interiores de los trenes eliminando cantos o superficies contundentes, replantear las salidas de emergencia (porque en el Talgo de Santiago nadie pudo abrir las puertas ni salir por ellas, por ejemplo), o simplemente volver a poner un furgón de equipajes.
Incluso podrían pensar en minimizar la posibilidad de un accidente (poniendo dos Maquinistas en zonas con seguridad degradada), pero todo eso obligaría al operador a rascarse el bolsillo.
El riesgo de un accidente es algo inherente a cualquier medio de transporte. Hasta el vehículo más seguro puede sufrir un accidente y si ésto ocurre, lo lamentaremos, pero no vamos a mejorar la seguridad del ferrocarril obligando a sus viajeros a abrocharse un cinturón. Existen mil tipos diferentes de accidente y en algunos de ellos el cinturón será positivo, en otros será indiferente y en otros tantos, será perjudicial.
Las consecuencias de este accidente no se habrían llegado a producir si las cosas funcionasen como toca. Así de sencillo. Cualquier implicación del Maquinista, del diseño de las butacas o de las dimensiones y peso máximo del equipaje no son más que intentos de marear la perdiz para que creamos que la inseguridad está en nosotros y no en la operadora ferroviaria y la concesionaria estatal que permitió esa circulación.
Luego, las Asociaciones de Amigos del Ferrocarril con material histórico se las ven y se las desean para pasar las costosísimas revisiones que Adif impone para circular una vez cada cinco años en un viaje especial.
¿Soy el único que piensa así?
Ahora que están revisando la normativa de seguridad ferroviaria, teniendo en cuenta que el accidente de Santiago está aún reciente y presupuesto el cocciente intelectual de quienes ahora toman decisiones o bien asesoran, a la luz de lo que he podido oír en la radio, es ahora cuando he comprendido que vivimos uno de esos momentos de la historia que, en cuanto son felizmente superados, se usan para demostrar lo estúpida que pudo llegar a ser la gente de la época.
¿A qué viene todo esto?. Pues al asunto del cinturón de seguridad en los trenes y a la posible nueva normativa para equipajes a bordo.
¿Y por qué pienso que son memeces?
Pues porque llevar cinturón de seguridad en los trenes, además de ser incómodo, no es algo que pueda aumentar la seguridad de quienes los llevan. Si bien en la carretera y en los aviones son imprescindibles, en un vehículo ferroviario ese mismo cinturón puede estrangular al viajero en caso de deceleración brusca (hablando de una velocidad inicial superior a los 250Km/h) y además acabaría para siempre con las pocas ventajas que tenía el ferrocarril, como aquello de poder levantarse a estirar las piernas, ir a la cafetería o simplemente estar más cómodo en el asiento.
Respecto a los equipajes, hace muchos años el problema estaba ya resuelto. Los trenes llevaban un furgón y los bultos de cualquier tipo se podían facturar voluntariamente como ocurre ahora en los aviones.
Todas estas "mejoras" simplemente serán nuevos obstáculos a la calidad. Implicarán la supresión de las cafeterías (y de los puestos de trabajo asociados a ellas) y la imposición de unas dimensiones máximas a los equipajes de mano, similares a las de los aviones, pero con la salvedad de que no se podrán facturar, así que ya no podremos viajar en tren si llevamos las maletas grandes o si llevamos muchos bultos (situación muy habitual en una salida de vacaciones o en una escapada de un puente).
Pero claro, para eso ya está el bus. Como la ocupación de los trenes es tan maravillosa, vamos a encarecerlos aún más y vamos a poner el listón aún más alto.
Es sorprendente la tendencia de las operadoras a joder al viajero. Se supone que si el objetivo fuese minimizar las consecuencias de un accidente podríamos pensar en instalar airbags en los asientos, rediseñar los interiores de los trenes eliminando cantos o superficies contundentes, replantear las salidas de emergencia (porque en el Talgo de Santiago nadie pudo abrir las puertas ni salir por ellas, por ejemplo), o simplemente volver a poner un furgón de equipajes.
Incluso podrían pensar en minimizar la posibilidad de un accidente (poniendo dos Maquinistas en zonas con seguridad degradada), pero todo eso obligaría al operador a rascarse el bolsillo.
El riesgo de un accidente es algo inherente a cualquier medio de transporte. Hasta el vehículo más seguro puede sufrir un accidente y si ésto ocurre, lo lamentaremos, pero no vamos a mejorar la seguridad del ferrocarril obligando a sus viajeros a abrocharse un cinturón. Existen mil tipos diferentes de accidente y en algunos de ellos el cinturón será positivo, en otros será indiferente y en otros tantos, será perjudicial.
Las consecuencias de este accidente no se habrían llegado a producir si las cosas funcionasen como toca. Así de sencillo. Cualquier implicación del Maquinista, del diseño de las butacas o de las dimensiones y peso máximo del equipaje no son más que intentos de marear la perdiz para que creamos que la inseguridad está en nosotros y no en la operadora ferroviaria y la concesionaria estatal que permitió esa circulación.
Luego, las Asociaciones de Amigos del Ferrocarril con material histórico se las ven y se las desean para pasar las costosísimas revisiones que Adif impone para circular una vez cada cinco años en un viaje especial.
¿Soy el único que piensa así?