Corail
2014-03-25 22:00:17 UTC
Hola a todos:
Después de haber ido al baño nos habrá quedado el estómago vacío y querremos comer algo. No sé cómo lo veis, pero encuentro que una de las experiencias más bonitas y dignas de recuerdo es comer en un tren. No me refiero necesariamente al lujoso restaurante del Orient Express. También vale un buen bocata de tortilla a bordo de un tren regional (de los de antes).
En los primeros años del ferrocarril los trenes hacían muchas paradas. Tantas que uno podía aliviarse y alimentarse en ellas. A ciertas horas estratégicas del día, en pueblos pequeños y apartados te podías encontrar con un tren correo cargado con más de 150 almas hambrientas. Las paradas de los trenes eran numerosas, pero salvo para ciertas maniobras, por lo general no daba tiempo a salir de la estación y buscarse un bar (¡eso si es que había algún bar en ese lugar!). Por eso, las compañías ferroviarias facilitaban a pequeños emprendedores o la instalación de dependencias en el propio edificio de la estación donde se pudiese comer o beber algo. Esos establecimientos se llamaron "Cantinas" y eran lo más parecido al típico bar de la estación.
Con el tiempo los horarios de tren se fueron estabilizando y en las estaciones más importantes se planificaban los transbordos o bien los relevos de tracción y ciertas maniobras de importancia a las horas coincidentes con las comidas normales. Aprovechando las paradas más pronunciadas de los trenes, se habilitaron instalaciones más grandes que las cantinas, en las que generalmente se atendía a la gente de pie, y en la que los comensales podían sentarse en torno a una mesa (normalmente compartida). Eran las fondas, con un horario muy definido de apertura y que se hacía coincidir con esa maniobra o ese relevo de trenes, permaneciendo cerradas el resto del día, o bien funcionando como una cantina. Vamos... igual que cualquier bar con servicio de restaurante de "menú del día", pero orientadas fundamentalmente al pasaje. Y es que en estos tiempos, normalmente no se permitía la presencia en los andenes de personas que no llevasen billete (más o menos lo mismo que hoy en día con los dichosos controles de check-in del Ave... ¡para que luego no digan que las modas no se repiten!).
Casi al mismo tiempo que la puesta en marcha de los primeros coches camas, también siguiendo las ideas de Nagelmackers, la Compañía Internacional de Coches camas creó los primeros "vagones" destinados a servir comidas, que no llevaban cocina, sino más bien un pequeño oficio donde se almacenaban y servían platos fríos de fácil conservación. A finales del siglo XIX se instaló la primera cocina de leña a bordo de uno de estos coches, iniciando una hermosa historia de glamour y lujo sobre raíles. Y es que los primeros usuarios de los servicios de restauración en ruta fueron los potentados y privilegiados de la época, a los que se servía una cocina de gran calidad, que no tenía nada que envidiar a la de los mejores restaurantes.
El avance de la técnica, las últimas grandes series de máquinas de vapor recalentado o fuelizadas y el inicio de las primeras relaciones con material eléctrico elevó la autonomía de las locomotoras eliminando un gran número de paradas en los trenes de largo recorrido. Las clases menos privilegiadas también tenían que alimentarse y surgió la venta ambulante, que al principio era realizada por gente conocida de la zona que recorría el tren y que más adelante fueron empleados de la propia compañía. Por cuestiones de rentabilidad, en los trenes correo y expresos secundarios, el coche restaurante, hasta entonces templo de los adinerados, tenía un turno de comidas para la gente de segunda y tercera clase, con un precio mucho más contenido y en el que se servía lo esencial para considerarse saciados. Era el sustituto de la fonda de cualquier estación y por tanto se prestaba ese tipo de servicio.
En la época de la postguerra española, el racionamiento llegaba también al servicio de restaurante. Incluso viajando en primera clase, había que aportar los cupones de la cartilla de racionamiento para poder pedir el pan o el plato principal.
Los expresos de lujo tenían un servicio de restaurante que funcionaba igual que los que estaban en tierra firme. Por lo general se hacía la comanda a la salida de origen o en la primera parada importante que se hiciese antes de la hora de la comida. El género era siempre de primera calidad y el Jefe de Cocina lo examinaba cuidadosamente. Durante el recorrido se iba encendiendo la cocina que funcionaba siempre con carbón y se redactaba el menú. Lo más normal es que hubiese más de un turno de comidas y nunca más de tres. Entre turno y turno se cambiaban los manteles de todas las mesas (incluso de las que no se usaban totalmente). El ayudante de cocina pasaba por el tren ofreciendo unos cupones para cada turno de comidas y los viajeros interesados en comer escogían el cupón de la hora más favorable para ellos. Las propinas funcionaban en primera clase y coches camas y era el propio conductor del coche el que "negociaba" con el restaurante el turno que había solicitado el pasaje.
Al comenzar el turno de comidas los comensales ocupaban sus mesas y el camarero (impecablemente vestido) requería sus peticiones... Se encargaban los dos platos y el postre al mismo tiempo. Por lo general el primer plato era de fácil preparación (una ensalada, un consomé...) y antes del comienzo de cada turno ya había una cantidad generosa de raciones listas para ser servidas. Lo importante era la comanda del segundo plato, porque requería una preparación personalizada para cada viajero (el solomillo tenía infinitos puntos de cocción, el pescado podía ser condimentado de mil maneras y cada viajero tenía sus propias manías y excentricidades a la hora de comer su plato favorito) La superficie de la cocina era limitada y había que tener claro enseguida el orden en que se tenían que hacer todos los platos para tardar el mínimo tiempo posible en tener todo hecho. Por eso primero se servían los primeros platos de aquellos viajeros cuya elaboración del segundo plato fuese más fácil o rápida y se retrasaban los que habían pedido cosas más difíciles.
Al terminar los primeros se recogían y se almacenaban en la pila de fregar (se fregaba a mano). Por lo general el coche restaurante llevaba menaje de sobra para todos los turnos de comida y la vajilla se fregaba al final del viaje o al finalizar el servicio de comidas. Mientras tanto había un camarero encargado exclusivamente de "reponer" las copas de vino, llenar las de agua y asegurarse de que no faltaba ningún complemento (pan, cubiertos, etc). Este camarero ayudaba al principal a servir los primeros y a retirar las mesas.
Los segundos se servían a medida que iban quedando disponibles en las mesas. Se priorizaba para servir primero a las mesas en las que se hubiesen servido ya los segundos a los demás comensales (aunque no fuesen más que compañeros de viaje, porque en una mesa, especialmente las de cuatro plazas, te podía tocar sentarte con extraños).
La elaboración de los postres también llevaba su trabajo porque solían incluir helados o frutas frescas que estaban almacenados en neveras que funcionaban con barras de hielo. No obstante, la variedad de preparaciones se reducía mucho y se servían con bastante más rapidez.
Finalmente llegaba el momento del café y los licores. En los trenes con muchos turnos de comida, se invitaba a los viajeros a pasar a otro salón dentro del propio coche, donde se les servían los cafés y los licores, al tiempo que podían fumar todo lo que quisieran (hace muchos años eso de fumar era símbolo de distinción y poder). Las damas iban salón aparte y solo tomaban té.
Si el coche restaurante tenía uno o dos turnos de comida, el café y los puros se tomaban en las mismas mesas de la comida, cuyos manteles habían sido limpiados de migas y restos de la comida y los platos retirados. Mientras los viajeros disfrutaban de los últimos sorbos de su infusión favorita, en la cocina se volvían a preparar los primeros platos del siguiente turno. A medida que los comensales iban abandonando las mesas, los camareros retiraban todo (hasta el mantel) y preparaban de nuevo la mesa para el siguiente turno. No se presionaba a nadie para que abandonase el restaurante, pero la gente se levantaba por decoro, casi al mismo tiempo.
Al final de todos los turnos, el Jefe de Cocina hacía inventario, redactaba el informe de caja y los camareros y ayudantes fregaban la loza, sacaban las escorias de la cocina y limpiaban cuidadosamente todo. Por lo general, la última hora de viaje el coche restaurante no servía ningún plato y su personal se encargaba de dejarlo todo como lo encontró al inicio del servicio.
Estamos hablando de los primeros años del siglo XX... pasados los años 50, quizá por influencia americana, todo este ceremonial empezó a volverse obsoleto y comenzaron otras formas de servir las comidas a bordo del tren. Pero eso será otra historia...
Hasta entonces.
Después de haber ido al baño nos habrá quedado el estómago vacío y querremos comer algo. No sé cómo lo veis, pero encuentro que una de las experiencias más bonitas y dignas de recuerdo es comer en un tren. No me refiero necesariamente al lujoso restaurante del Orient Express. También vale un buen bocata de tortilla a bordo de un tren regional (de los de antes).
En los primeros años del ferrocarril los trenes hacían muchas paradas. Tantas que uno podía aliviarse y alimentarse en ellas. A ciertas horas estratégicas del día, en pueblos pequeños y apartados te podías encontrar con un tren correo cargado con más de 150 almas hambrientas. Las paradas de los trenes eran numerosas, pero salvo para ciertas maniobras, por lo general no daba tiempo a salir de la estación y buscarse un bar (¡eso si es que había algún bar en ese lugar!). Por eso, las compañías ferroviarias facilitaban a pequeños emprendedores o la instalación de dependencias en el propio edificio de la estación donde se pudiese comer o beber algo. Esos establecimientos se llamaron "Cantinas" y eran lo más parecido al típico bar de la estación.
Con el tiempo los horarios de tren se fueron estabilizando y en las estaciones más importantes se planificaban los transbordos o bien los relevos de tracción y ciertas maniobras de importancia a las horas coincidentes con las comidas normales. Aprovechando las paradas más pronunciadas de los trenes, se habilitaron instalaciones más grandes que las cantinas, en las que generalmente se atendía a la gente de pie, y en la que los comensales podían sentarse en torno a una mesa (normalmente compartida). Eran las fondas, con un horario muy definido de apertura y que se hacía coincidir con esa maniobra o ese relevo de trenes, permaneciendo cerradas el resto del día, o bien funcionando como una cantina. Vamos... igual que cualquier bar con servicio de restaurante de "menú del día", pero orientadas fundamentalmente al pasaje. Y es que en estos tiempos, normalmente no se permitía la presencia en los andenes de personas que no llevasen billete (más o menos lo mismo que hoy en día con los dichosos controles de check-in del Ave... ¡para que luego no digan que las modas no se repiten!).
Casi al mismo tiempo que la puesta en marcha de los primeros coches camas, también siguiendo las ideas de Nagelmackers, la Compañía Internacional de Coches camas creó los primeros "vagones" destinados a servir comidas, que no llevaban cocina, sino más bien un pequeño oficio donde se almacenaban y servían platos fríos de fácil conservación. A finales del siglo XIX se instaló la primera cocina de leña a bordo de uno de estos coches, iniciando una hermosa historia de glamour y lujo sobre raíles. Y es que los primeros usuarios de los servicios de restauración en ruta fueron los potentados y privilegiados de la época, a los que se servía una cocina de gran calidad, que no tenía nada que envidiar a la de los mejores restaurantes.
El avance de la técnica, las últimas grandes series de máquinas de vapor recalentado o fuelizadas y el inicio de las primeras relaciones con material eléctrico elevó la autonomía de las locomotoras eliminando un gran número de paradas en los trenes de largo recorrido. Las clases menos privilegiadas también tenían que alimentarse y surgió la venta ambulante, que al principio era realizada por gente conocida de la zona que recorría el tren y que más adelante fueron empleados de la propia compañía. Por cuestiones de rentabilidad, en los trenes correo y expresos secundarios, el coche restaurante, hasta entonces templo de los adinerados, tenía un turno de comidas para la gente de segunda y tercera clase, con un precio mucho más contenido y en el que se servía lo esencial para considerarse saciados. Era el sustituto de la fonda de cualquier estación y por tanto se prestaba ese tipo de servicio.
En la época de la postguerra española, el racionamiento llegaba también al servicio de restaurante. Incluso viajando en primera clase, había que aportar los cupones de la cartilla de racionamiento para poder pedir el pan o el plato principal.
Los expresos de lujo tenían un servicio de restaurante que funcionaba igual que los que estaban en tierra firme. Por lo general se hacía la comanda a la salida de origen o en la primera parada importante que se hiciese antes de la hora de la comida. El género era siempre de primera calidad y el Jefe de Cocina lo examinaba cuidadosamente. Durante el recorrido se iba encendiendo la cocina que funcionaba siempre con carbón y se redactaba el menú. Lo más normal es que hubiese más de un turno de comidas y nunca más de tres. Entre turno y turno se cambiaban los manteles de todas las mesas (incluso de las que no se usaban totalmente). El ayudante de cocina pasaba por el tren ofreciendo unos cupones para cada turno de comidas y los viajeros interesados en comer escogían el cupón de la hora más favorable para ellos. Las propinas funcionaban en primera clase y coches camas y era el propio conductor del coche el que "negociaba" con el restaurante el turno que había solicitado el pasaje.
Al comenzar el turno de comidas los comensales ocupaban sus mesas y el camarero (impecablemente vestido) requería sus peticiones... Se encargaban los dos platos y el postre al mismo tiempo. Por lo general el primer plato era de fácil preparación (una ensalada, un consomé...) y antes del comienzo de cada turno ya había una cantidad generosa de raciones listas para ser servidas. Lo importante era la comanda del segundo plato, porque requería una preparación personalizada para cada viajero (el solomillo tenía infinitos puntos de cocción, el pescado podía ser condimentado de mil maneras y cada viajero tenía sus propias manías y excentricidades a la hora de comer su plato favorito) La superficie de la cocina era limitada y había que tener claro enseguida el orden en que se tenían que hacer todos los platos para tardar el mínimo tiempo posible en tener todo hecho. Por eso primero se servían los primeros platos de aquellos viajeros cuya elaboración del segundo plato fuese más fácil o rápida y se retrasaban los que habían pedido cosas más difíciles.
Al terminar los primeros se recogían y se almacenaban en la pila de fregar (se fregaba a mano). Por lo general el coche restaurante llevaba menaje de sobra para todos los turnos de comida y la vajilla se fregaba al final del viaje o al finalizar el servicio de comidas. Mientras tanto había un camarero encargado exclusivamente de "reponer" las copas de vino, llenar las de agua y asegurarse de que no faltaba ningún complemento (pan, cubiertos, etc). Este camarero ayudaba al principal a servir los primeros y a retirar las mesas.
Los segundos se servían a medida que iban quedando disponibles en las mesas. Se priorizaba para servir primero a las mesas en las que se hubiesen servido ya los segundos a los demás comensales (aunque no fuesen más que compañeros de viaje, porque en una mesa, especialmente las de cuatro plazas, te podía tocar sentarte con extraños).
La elaboración de los postres también llevaba su trabajo porque solían incluir helados o frutas frescas que estaban almacenados en neveras que funcionaban con barras de hielo. No obstante, la variedad de preparaciones se reducía mucho y se servían con bastante más rapidez.
Finalmente llegaba el momento del café y los licores. En los trenes con muchos turnos de comida, se invitaba a los viajeros a pasar a otro salón dentro del propio coche, donde se les servían los cafés y los licores, al tiempo que podían fumar todo lo que quisieran (hace muchos años eso de fumar era símbolo de distinción y poder). Las damas iban salón aparte y solo tomaban té.
Si el coche restaurante tenía uno o dos turnos de comida, el café y los puros se tomaban en las mismas mesas de la comida, cuyos manteles habían sido limpiados de migas y restos de la comida y los platos retirados. Mientras los viajeros disfrutaban de los últimos sorbos de su infusión favorita, en la cocina se volvían a preparar los primeros platos del siguiente turno. A medida que los comensales iban abandonando las mesas, los camareros retiraban todo (hasta el mantel) y preparaban de nuevo la mesa para el siguiente turno. No se presionaba a nadie para que abandonase el restaurante, pero la gente se levantaba por decoro, casi al mismo tiempo.
Al final de todos los turnos, el Jefe de Cocina hacía inventario, redactaba el informe de caja y los camareros y ayudantes fregaban la loza, sacaban las escorias de la cocina y limpiaban cuidadosamente todo. Por lo general, la última hora de viaje el coche restaurante no servía ningún plato y su personal se encargaba de dejarlo todo como lo encontró al inicio del servicio.
Estamos hablando de los primeros años del siglo XX... pasados los años 50, quizá por influencia americana, todo este ceremonial empezó a volverse obsoleto y comenzaron otras formas de servir las comidas a bordo del tren. Pero eso será otra historia...
Hasta entonces.