Corail
2014-09-23 12:06:37 UTC
Hola a todos: Sin haber llegado aún al primer cuarto del siglo XXI, me atrevo a profetizar que las palabras "rentabilidad" y "sostenibilidad" se convierten en las más utilizadas hasta que se nos quite la tontería, que supongo que será a la entrada del siglo XXII (si es que no nos hemos extinguido aún).
Las dos palabrejas sirven para justificar los cierres de líneas ferroviarias, la construcción de aeropuertos en zonas sin población y la creación de "soluciones" para corregir problemas que no teníamos, o al menos no eran los más graves.
Ya desde 1982, el tremendo déficit de la RENFE era la excusa perfecta para todas las maquinaciones que desembocaron en el cierre de líneas de 1985. Tras los tremendos esfuerzos para mantener el servicio en toda la red por rentabilidad social desde los años 40, resulta que en poco menos de dos años de "democracia" la rentabilidad económica y las presiones del Banco Mundial hicieron al Gobierno dar carpetazo a esas líneas que mantenían las necesidades sociales y posiblemente estratégicas de las zonas que quedaron sin tren. La pregunta del millón sigue siendo... ¿era necesario cerrar la ruta de la plata?, ¿podemos vivir sin el Santander-Mediterráneo?, ¿Hay vida después del Valladolid-Ariza?,etc.
Que sepamos nadie se suicidó porque le quitaran el tren de su pueblo, que posiblemente tan solo pasaba una vez al día, pero lo que nadie dice es que de paso cerraron también todas las posibilidades de crear polígonos industriales conectados al ferrocarril o incluso eso que hace diez años llamaban "puertos secos" y hace veinte se llamaban "terminales de contenedores". ¿Qué ha sido de todas estas zonas de presunta expansión reconvertidas a "zonas rurales"?
Bueno... Han seguido viviendo como han podido, pero con el paso de los años la actividad ha ido decayendo y difuminándose porque cualquier negocio bien comunicado a la sombra de una gran ciudad es mucho más rentable y sostenible que una empresa mantenida con el espíritu de Fuenteovejuna o Numancia, tratando de defenderse contra el destino, que es el más implacable de los enemigos. En un país con la carga fiscal y las "facilidades" de España, es aún más difícil hacer este triple salto mortal. La triste realidad es que todo lo que no tiene cerca una línea de ferrocarril se mantiene gracias a subvenciones, ayudas y cosas que suenan a limosna, poniendo el futuro de cualquier iniciativa local en manos de la providencia divina, que en este país cambia cada cuatro años.
Todos sabemos que la raíz de una planta suele ser la parte más fea, pero al mismo tiempo es la más necesaria. Por mucho interés que tengamos en convertirnos en superpotencia, no lograremos nada si no somos capaces de influir en nuestro PIB sin tener que jugar con la forma en que emitimos deuda pública. Tenemos un sector terciario bien grande (de hecho, excesivamente grande), pero necesitamos también agricultura e industria. No sirven de nada las ayudas a los emprendedores, ni siquiera una hipotética reforma fiscal para los negocios que comienzan, si no somos capaces de dotarles de algo más que una conexión ADSL a internet.
Incluso las grandes factorías no pueden depender de la carretera porque cuesta mucho dinero mover muchos camiones y son demasiado vulnerables a la climatología y a los fenómenos sociales que afectan a la carretera, cada vez más saturada.
La lógica dice que deberíamos rentabilizar la infraestructura ferroviaria al máximo, y eso solo se consigue elevando su utilización. El transporte de mercancías en tren es caro. El transporte de viajeros en tren es caro y todo se debe a que estamos construyendo como locos muchos kilómetros de vía que tan solo pueden llevar un tipo muy especial y delicado de trenes de viajeros. Mientras tanto, con un dinero que no tenemos, debemos seguir manteniendo la red ferroviaria antigua, porque por ella deben pasar los pocos trenes de mercancías actuales. En ciertos corredores importantes, podríamos incluso permitirnos el lujo de mantener dos infraestructuras como estas en paralelo, pero no duplicar, como estamos haciendo al final, nuestras vías o amenazar el tráfico convencional cada vez que alguien nos obliga a contener el gasto.
Es elemental. Si pasan pocos trenes por una vía, será caro mantenerla abierta. Lo lógico sería pensar en elevar los tráficos y hacer política para llevar al tren todo tipo de tráficos hasta llegar cerca de la saturación de la línea. Es de risa, pero algunos corredores de alta velocidad funcionarían igual de bien si fuesen servidos por una simple vía única. Entonces los costes operativos bajarían hasta cifras normales. Pero no va a ser la gran empresa, ni los pequeños emprendedores, ni la población en general, quien va a lanzarse a contratar productos ferroviarios. Debería ser el Gobierno el principal implicado en este tipo de políticas. Si tenemos una infraestructura pública, pagada con el dinero de todos, utilicémosla. En lugar de untar a subvenciones a regiones presuntamente degradadas, fortalezcamos los medios de comunicación y hagamos que el transporte de mercancías de cualquier tipo sea mucho más barato por ferrocarril que por carretera. Entonces se solucionarán los problemas de la rentabilidad y de la sostenibilidad.
Cuando era niño solía pensar con este tipo de lógica simple, ajena a los grandes problemas burocráticos de la gente mayor. A medida que me voy haciendo mayor, me doy cuenta de que el auténtico problema es la soberbia... Soberbia de quien no quiere dar su brazo a torcer porque es más fácil seguir considerando que el mundo no tiene solución, que hacer algo por tratar de cambiar ese mundo. Soberbia porque es preferible un puñado de votos vendiendo el humo del Ave, que invertir todo ese dinero en mejorar la red convencional, mucho más humilde, pero polivalente y por ende, eficaz.
Ya huele a elecciones autonómicas y dentro de poco olerá a elecciones Generales. Las zonas degradadas continuarán abandonándose, la gente colapsará más aún las pocas grandes ciudades, mientras que abrir cualquier negocio que no sea de hostelería rural, agricultura ecológica o de actividades de aventura en medio rural será eso mismo... una aventura.
La pregunta del millón sería... De la misma forma que nadie discute la rentabilidad social del transporte de cercanías, a pesar de que es ruinoso económicamente por definición, ¿No convendría apostar por una racionalización del transporte público de media y larga distancia, apartando en la toma de decisiones el concepto de rentabilidad económica?
...o dicho de otra forma...
¿Es que no hemos tirado el dinero público estúpidamente en tantos proyectos tan estériles como escandalosos, como para rasgarnos las vestiduras ahora por poner en marcha algo que realmente puede hacer que nos regeneremos como sociedad, aunque no dé tantos votos?
Hay quien dice que esta sociedad está enferma, que vamos hacia el caos, pero poca gente intenta cambiar el rumbo. Realmente, si hasta el más tonto ve que nos estamos perdiendo... ¿Tan difícil es dar marcha atrás ahora que aún estamos a tiempo?
Las dos palabrejas sirven para justificar los cierres de líneas ferroviarias, la construcción de aeropuertos en zonas sin población y la creación de "soluciones" para corregir problemas que no teníamos, o al menos no eran los más graves.
Ya desde 1982, el tremendo déficit de la RENFE era la excusa perfecta para todas las maquinaciones que desembocaron en el cierre de líneas de 1985. Tras los tremendos esfuerzos para mantener el servicio en toda la red por rentabilidad social desde los años 40, resulta que en poco menos de dos años de "democracia" la rentabilidad económica y las presiones del Banco Mundial hicieron al Gobierno dar carpetazo a esas líneas que mantenían las necesidades sociales y posiblemente estratégicas de las zonas que quedaron sin tren. La pregunta del millón sigue siendo... ¿era necesario cerrar la ruta de la plata?, ¿podemos vivir sin el Santander-Mediterráneo?, ¿Hay vida después del Valladolid-Ariza?,etc.
Que sepamos nadie se suicidó porque le quitaran el tren de su pueblo, que posiblemente tan solo pasaba una vez al día, pero lo que nadie dice es que de paso cerraron también todas las posibilidades de crear polígonos industriales conectados al ferrocarril o incluso eso que hace diez años llamaban "puertos secos" y hace veinte se llamaban "terminales de contenedores". ¿Qué ha sido de todas estas zonas de presunta expansión reconvertidas a "zonas rurales"?
Bueno... Han seguido viviendo como han podido, pero con el paso de los años la actividad ha ido decayendo y difuminándose porque cualquier negocio bien comunicado a la sombra de una gran ciudad es mucho más rentable y sostenible que una empresa mantenida con el espíritu de Fuenteovejuna o Numancia, tratando de defenderse contra el destino, que es el más implacable de los enemigos. En un país con la carga fiscal y las "facilidades" de España, es aún más difícil hacer este triple salto mortal. La triste realidad es que todo lo que no tiene cerca una línea de ferrocarril se mantiene gracias a subvenciones, ayudas y cosas que suenan a limosna, poniendo el futuro de cualquier iniciativa local en manos de la providencia divina, que en este país cambia cada cuatro años.
Todos sabemos que la raíz de una planta suele ser la parte más fea, pero al mismo tiempo es la más necesaria. Por mucho interés que tengamos en convertirnos en superpotencia, no lograremos nada si no somos capaces de influir en nuestro PIB sin tener que jugar con la forma en que emitimos deuda pública. Tenemos un sector terciario bien grande (de hecho, excesivamente grande), pero necesitamos también agricultura e industria. No sirven de nada las ayudas a los emprendedores, ni siquiera una hipotética reforma fiscal para los negocios que comienzan, si no somos capaces de dotarles de algo más que una conexión ADSL a internet.
Incluso las grandes factorías no pueden depender de la carretera porque cuesta mucho dinero mover muchos camiones y son demasiado vulnerables a la climatología y a los fenómenos sociales que afectan a la carretera, cada vez más saturada.
La lógica dice que deberíamos rentabilizar la infraestructura ferroviaria al máximo, y eso solo se consigue elevando su utilización. El transporte de mercancías en tren es caro. El transporte de viajeros en tren es caro y todo se debe a que estamos construyendo como locos muchos kilómetros de vía que tan solo pueden llevar un tipo muy especial y delicado de trenes de viajeros. Mientras tanto, con un dinero que no tenemos, debemos seguir manteniendo la red ferroviaria antigua, porque por ella deben pasar los pocos trenes de mercancías actuales. En ciertos corredores importantes, podríamos incluso permitirnos el lujo de mantener dos infraestructuras como estas en paralelo, pero no duplicar, como estamos haciendo al final, nuestras vías o amenazar el tráfico convencional cada vez que alguien nos obliga a contener el gasto.
Es elemental. Si pasan pocos trenes por una vía, será caro mantenerla abierta. Lo lógico sería pensar en elevar los tráficos y hacer política para llevar al tren todo tipo de tráficos hasta llegar cerca de la saturación de la línea. Es de risa, pero algunos corredores de alta velocidad funcionarían igual de bien si fuesen servidos por una simple vía única. Entonces los costes operativos bajarían hasta cifras normales. Pero no va a ser la gran empresa, ni los pequeños emprendedores, ni la población en general, quien va a lanzarse a contratar productos ferroviarios. Debería ser el Gobierno el principal implicado en este tipo de políticas. Si tenemos una infraestructura pública, pagada con el dinero de todos, utilicémosla. En lugar de untar a subvenciones a regiones presuntamente degradadas, fortalezcamos los medios de comunicación y hagamos que el transporte de mercancías de cualquier tipo sea mucho más barato por ferrocarril que por carretera. Entonces se solucionarán los problemas de la rentabilidad y de la sostenibilidad.
Cuando era niño solía pensar con este tipo de lógica simple, ajena a los grandes problemas burocráticos de la gente mayor. A medida que me voy haciendo mayor, me doy cuenta de que el auténtico problema es la soberbia... Soberbia de quien no quiere dar su brazo a torcer porque es más fácil seguir considerando que el mundo no tiene solución, que hacer algo por tratar de cambiar ese mundo. Soberbia porque es preferible un puñado de votos vendiendo el humo del Ave, que invertir todo ese dinero en mejorar la red convencional, mucho más humilde, pero polivalente y por ende, eficaz.
Ya huele a elecciones autonómicas y dentro de poco olerá a elecciones Generales. Las zonas degradadas continuarán abandonándose, la gente colapsará más aún las pocas grandes ciudades, mientras que abrir cualquier negocio que no sea de hostelería rural, agricultura ecológica o de actividades de aventura en medio rural será eso mismo... una aventura.
La pregunta del millón sería... De la misma forma que nadie discute la rentabilidad social del transporte de cercanías, a pesar de que es ruinoso económicamente por definición, ¿No convendría apostar por una racionalización del transporte público de media y larga distancia, apartando en la toma de decisiones el concepto de rentabilidad económica?
...o dicho de otra forma...
¿Es que no hemos tirado el dinero público estúpidamente en tantos proyectos tan estériles como escandalosos, como para rasgarnos las vestiduras ahora por poner en marcha algo que realmente puede hacer que nos regeneremos como sociedad, aunque no dé tantos votos?
Hay quien dice que esta sociedad está enferma, que vamos hacia el caos, pero poca gente intenta cambiar el rumbo. Realmente, si hasta el más tonto ve que nos estamos perdiendo... ¿Tan difícil es dar marcha atrás ahora que aún estamos a tiempo?